En la zona noble del magnífico cementerio praguense de Vysehrad emerge de entre ciertas sombras la grave tumba del más prominente compositor checo,
Antonín Dvorak, máximo exponente del nacionalismo musical y cultural de la Bohemia decimonónica y uno de los grandes hombres del panteón nacional checo. Nacido en 1841 y fallecido en 1904 su más eterna composición fue la
Sinfonía del Nuevo Mundo.
Su tumba, concebida como una gruta con una etérea presencia de cierta pétrea vegetación, destaca por ese monolito central en el que se coloca el busto del compositor, con el gesto serio y airado, así como con la chaqueta abierta de forma encrespada, y sobresale por ciertos detalles que podríamos llamar
art noveau, caso de esa maravillosa tipografía epigráfica o esos hilos dorados que sirven como telón fantasmagórico y acuático. Símbolo de una época que trascendía lo terrenal para alcanzar cierto misticismo natural, conjugando un amor por lo bello con un susurro sugerido. La música de
Dvorak seguía resonando en su sepulcro.
Ubicación: Cementerio de Vysehrad ( Praga )
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